El hijo del rey Alcaraz
Los astrólogos sientan, en el razonamiento
sobre la
Astrología , este conocimiento:
todo hombre que nace, desde su nacimiento,
bajo un signo respira, hasta el último aliento.
lo dice Tolomeo y dícelo Platón,
otros muchos maestros tienen ésta opinión:
que según sea el signo y la constelación
del que nace, así luego su vida y hechos son.
Muchos hay que desean seguir la clerecía,
estudian mucho tiempo, gastan en gran cuantía
y, al cabo, saben poco, pues su hado les guía;
no pueden combatir contra la Astrología.
Otros, frailes se hacen para salvar sus almas;
otros quieren, por fuerza, ejercitar las armas;
otros sirven señores con sus manos entrambas,
pero muchos fracasan, dando en tierra de palmas
No perseveran frailes, ni se hacen caballeros,
ni de sus amos logran mercedes ni dineros:
pues, si tal acontece, estimo verdaderos,
según naturaleza, a aquellos estrelleros.
Para mostrar lo cierto de pronósticos tales,
os tornaré él juicio dé cinco naturales
qué juzgaron a un niño por seguras señales
y predijeron luego fuertes y graves males.
Érase un rey de moros, Alcaraz nombre había;
nacióle un hijo bello, único que tenía;
mandó venir los sabios, preguntarles quería
el signo y el planeta del hijo que nacía.
Entre los estrelleros que vinieron a ver,
cinco de ellos había de cumplido saber:
al conocer el día en que hubo de nacer,
un maestro sentencia: —«Apedreado ha de ser».
Juzgó el segundo y dijo: —«Este ha de ser quemado».
Dijo el tercero: —«El niño ha de ser despeñado».
Dijo el cuarto: —«El infante habrá de ser colgado».
Dijo el quinto: —«En el agua perecerá ahogado».
Al ver el rey que había juicios no acordados
mandó que los maestros fuesen encarcelados;
los hizo meter presos en sitios apartados:
estimó sus juicios como engaños probados.
Una vez ya el infante a buena edad llegado,
a su padre pidió que le fuese otorgado
de ir a correr monte, cazar algún venado;
el rey le respondió aprobando de grado.
Tuvieron día claro al salir a cazar;
ya llegados al monte se empezó a levantar
repentino nublado: comenzó a granizar;
pasado poco tiempo ya era apedrear.
Acordándose el ayo de aquello que juzgaron
los sabios estrelleros que el hado examinaron:
—«Señor —dijo—, guardaos, por si los que estudiaron
vuestro signo dijeron la verdad y acertaron».
Pensaron en seguida dónde se guarecer,
mas, como en todo caso tiene que suceder
que lo que Dios ordena como tiene que ser,
siguiendo normal curso, no se puede torcer,
en medio del pedrisco el infante aguijó;
cuando pasaba un puente, un gran rayo cayó,
horadándose el puente, allí se despeñó;
en un árbol del río de sus ropas colgó.
Estando así colgado donde todos lo vieron,
que se ahogase en el agua evitar no pudieron;
las cinco predicciones todas bien se cumplieron
y los sabios astrólogos verdaderos salieron.
Tan pronto como el rey conoció este pesar
y mandó a los estrelleros de la prisión soltar,
hízoles mucho bien y mandóles usar
la ciencia de los astros, de que no hay que dudar.
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