ROSE
ROSE
Sefton se apartó del cuadro.
-Ahora
descanse- dijo.
Su modelo, la señorita Rose Rose, se echó por
encima un manta rayada, bajó de la tarima y cruzó el estudio.
Era
hermosa de la cabeza a los pies. Cualquier pose que adoptara resultaba
elegante. Era hija de modelo de artista, y trabajaba en esto desde su niñez.
Rose Rose no era instruida, ni culta, ni metódica. Todo lo que sabía hacer era
posar: pero en eso, desde luego, era la mejor. En una ocasión había mantenido
la misma pose, sin descansar, durante tres horas seguidas.
Mientras
Rose Rose se vestía, Sefton se dejó caer en un butacón y estudió el cuadro. Era
un hombre de cuarenta años, rechoncho, con la cara redonda, y un mostacho
rojizo de guías ferozmente enhiestas.
Tenía la suerte de contar con la señorita Rose
Rose como modelo. El rostro de ésta tenía exactamente la expresión que él necesitaba para el cuadro
que estaba pintando sobre Afrodita, la diosa griega de la belleza y del amor.
Pero si bien era la modelo que más cobraba por sus sesiones, no siempre era
puntual en acudir al trabajo.
En
las mañanas de invierno, cuando cada hora de luz era preciosa, podía
retrasarse dos horas o no aparecer en
absoluto. Sin embargo, sus cualidades eran tan extraordinarias que los artistas
recurrían siempre a ella.
-Señorita
Rose, ¿podría estar aquí mañana a las nueve en punto?- preguntó Sefton a su
modelo cuando salió de detrás del biombo.
-Mejor
a las nueve y cuarto.- replicó Rose.
-Bueno...
de acuerdo.- accedió Sefton de mala gana.
-Sé
lo que está pensando, señor Sefton.- Dijo Rose Rose. -Cree que no pienso venir
mañana. Ha oído las quejas del señor Merion. Y todo porque una tarde llegué
tarde a posar para él. ¡Pero tenía un buen motivo!
-El
señor Merion es el que me la ha recomendado, señorita Rose; aunque me aconsejó
que no la perdiera de vista. ¿Me hará el favor de estar aquí mañana a su hora?-
insistió el artista.
-No
tiene por qué preocuparse- dijo la señorita Rose con impaciencia. -Estaré a las
nueve y cuarto, pase lo que pase. ¡Incluso muerta! ¿Le parece suficiente, señor
Sefton?
Pese
a la promesa de la señorita Rose, el señor Sefton no se quedó muy convencido.
A la
mañana siguiente, Sefton llegó al estudio a las ocho y media. Preparó las
pinturas y seleccionó los pinceles. Al estudiar el lienzo, observó que el
rostro de su Afrodita tenía una expresión burlona.
Poco
antes de las nueve descubrió que se había quedado sin cigarrillos. Todavía
tenía tiempo de acercarse a la esquina. Dejó la puerta del estudio abierta por
si la modelo llegaba mientras él estaba ausente. Calculó que Rose Rose se
retrasaría lo menos veinte minutos. En la tiende compró el periódico para
entretenerse mientras esperaba.
Pero
al regresar se encontró con que la modelo se encontraba ya esperándolo.
-Buenos
días señorita Rose. Es usted una mujer de palabra.
Rose
murmuró una respuesta, pero la atención de Sefton estaba ya centrada en el
cuadro.
El
trabajo iba bien, y Rose Rose no daba muestras de cansancio. Sefton trabajó
seguido más de una hora, antes de caer en la cuenta de que Rose Rose debía
hacer una pausa.
-Hagamos
un descanso, señorita Rose.- Dijo Sefton alegremente.
En
ese instante sintió el roce inconfundible de unos dedos humanos en la nuca. Se
volvió con un súbito sobresalto. No, no había nadie detrás. Y Rose Rose había
desaparecido.
Con gran cuidado dejó la paleta y los
pinceles. Dijo en voz alta:
-¿Dónde
está usted, señorita Rose?
El
silencio flotaba en el ambiente cargado del estudio. Repitió la pregunta pero
no obtuvo respuesta. Se asomó detrás del biombo. Entonces le asaltó una
terrible posibilidad: ¡Que su modelo no hubiera estado en absoluto allí!
Se
sentó y trató de encontrar una explicación. Había estado trabajando demasiado,
se dijo a sí mismo. Se enfrascaba demasiado en la pintura. Había esperado ver a
Rose Rose al volver de la tienda, y su cerebro le había dicho que estaba allí.
Pero no acababa de convencerse. Nunca le había ocurrido una cosa semejante.
Cuanto más lo pensaba más asustado estaba.
Cogió
el periódico para calmar los nervios. Se serenaría oyendo las noticias del día.
Aún así, no se el escapaba el hecho de que durante la última hora había ejecutado
su trabajo más delicado, pese a no tener allí a la modelo.
Trató
de concentrarse en el periódico. Entonces su mirada se detuvo en un titular:
<<Accidente de tráfico mortal>>. El articulo informaba que una
modelo de artistas llamada Rose Rose había sido atropellada a las siete de la
tarde del día anterior y había fallecido poco después.
Sefton
se levantó de la silla y abrió una gran navaja. Sentía unos deseos tremendos de
destrozar el lienzo. Se detuvo ante el cuadro. El rostro de Afrodita le sonreía
con una dulzura misteriosa, ultraterrena, pero irresistible.
Durante
los meses siguientes, Sefton no consintió que nadie le visitase mientras
terminaba el cuadro. Sus amigos se preguntaban quién era la modelo, puesto que
Rose Rose había fallecido. Sefton se negó a revelarlo.
El
cuadro alcanzó un éxito inmediato. Lo habían encontrado abandonado en el
estudio de Sefton. En cuanto al artista, nunca volvió a saberse nada de él.